Pilar Albajar: «Más que fotógrafa soy creadora de imágenes»
Es fácil acercarse a la vida de una mujer como Pilar Albajar (Huesca, 1948), intensa, rica, plena, doliente… Marcada por hechos esenciales que desgrana con una gran sinceridad: su estancia en Montpellier al acabar Filología francesa, su cáncer de mama, la muerte de su hermana Patricia de cáncer años después, la violencia terrorista que padeció en Vitoria. Casada con Antonio Altarriba (Premio Nacional de Cómic) a quien conoció en la Universidad en Zaragoza, ambos forman un todo artístico complejo y arriesgado, más conocido fuera de España que aquí. Porque es, además, pionera de un mundo diferente, del collage y los fotomontajes, de la abstracción en la fotografía. Una parte de su trabajo puede verse en la Lonja en la exposición ‘Cierta luz’, aunque lleva décadas siendo admirado por Europa y Estados Unidos. En él queda la esencia de los ‘Capitán Trueno’ que le compraba su padre de niña, sus años de internado en Zaragoza, el descubrimiento de un mundo en libertad la primera vez que pisó Francia con un beca «que cambió mi vida. Yo venía de una España en la que acababa de morir Franco y ahí seguía el espíritu del 68. Fue como un calcetín que se vuelve del revés». Un país que le abrió las puertas a su arte en el festival de Arlés, al que nunca falla, «aunque antes me movía mucho, iba con mi carpeta por el mundo, y si sólo tenía dos o tres exposiciones en un año era un fracaso. Ahora no, las tengo porque me llaman». Mantiene vivo ese espíritu inquieto, en una apariencia plácida, un eterno inconformismo que refleja en cada una de sus palabras al recorrer su vida, al explicar cómo con 15 años iba sola al cine «y con miedo, porque siempre había alguien que se colocaba cerca y te decía cosas, solo por ser mujer; y te ponían un adjetivo si te veían sola en un bar, una cruz para toda la vida. Eso es miedo de género, como el de ahora, porque se va de noche con miedo por la calle». Así es esta mujer que habla sin tapujos de política, que te dice que cuando está mal mira una escultura de un cabeza con un colibrí en un oído y se ríe; rodeada de un arte elegido, el cómic inacabado de su hermana, sus cuadros, sus pendientes… Y mucha luz, porque, dice, «una de las razones por las que me vine a Zaragoza es el tiempo, porque levantar las persianas por la mañana y ver todo gris al cabo de los años influye en el temperamento. También por mi madre y porque no podía más en Vitoria por el terrorismo, las amenazas. Allí viví los años más duros de ETA, pero no lo reflejé en mi trabajo, que es muy crítico con el poder, porque casi siempre abusa. Ahora está Cataluña y los nacionalismos, y el español que es igual de malo y surge de manera peligrosa. En Vitoria viví más de 30 años y mi marido sigue allí, pero él viaja mucho y da igual donde esté yo. Me vine hace 8 años aunque llevaba pensándolo mucho tiempo, sobre todo por el ambiente del nacionalismo, que no soporto y lo he sufrido mucho».
– Era asfixiante.
Sí. El País Vasco es una preciosidad, pero aquella presión era insoportable. Antonio estaba amenazado y yo formaba parte de una plataforma antinacionalista, y estaba señalada.
– Su vida artística está muy ligada a Antonio Altarriba.
Aunque tengo series mías exclusivamente, como la que hice cuando tuve cáncer en las que plasmé mi propio deterioro. Fue muy personal, cómo me veía como espectadora de mi enfermedad, porque te ves en el espejo y te dices que nunca volverás a ser normal, y la gente te mira por la calle, porque pocas veces me ponía una peluca porque me era insoportable, me maquillaba bastante y parecía más una mujer extravagante que una enferma. Fue muy doloroso, pero después soy ejemplo para otras enfermas, porque fui voluntaria de la Asociación contra el cáncer en Vitoria, y ahora de Amac Gema, de hospitales, que es lo que quiero.
«La muerte de mi hermana fue un antes y un después en mi vida. Era un gran pintora»
Cuando afecta el cáncer en una familia la vida se vuelve del revés.
La enfermedad me ha hecho más libre, no tener tantos reparos para lo que quiero o en decir lo que pienso. Pero cuando se amontonan estas situaciones, porque mi padre y mi hermana murieron de cáncer, te dejan un fondo amargo, te dices que la vida puede ser muy dura, que en un segundo todo puede cambiar, y es muy difícil de soportar. Yo procuro tenerlo presente no como una tragedia, sino para disfrutar de todo. La muerte de mi hermana me afectó mucho, fue un antes y después en mi vida. Era una magnifica pintora.
– ¿Cuándo vio que su mundo era el de la fotografía?
Estudié Filología francesa porque sabía que con ella podría ir a Francia sin problema de permisos paternales, y también debo agradecer a mis padres que nunca me pusieran inconvenientes, porque era muy joven y me iba sola. Durante 16 años di clases de francés en un colegio de monjas en Vitoria, pero con sus direcciones no terminaba de llevarme bien y llegó un momento en el que vi que debía dejarlo y me planteé qué podía. Tengo un buen amigo, Paco Boisset, que me había abierto al mundo de la fotografía y me enamoró esa magia de ver cómo de un papel en blanco salía la imagen. Me puse en casa un laboratorio y así empecé. Mi primera exposición fue en Vitoria.
– Dice que la fotografía no se toma, se crea, ¿qué sentido tiene para usted?
La fotografía es muy importante, es un documento para que seamos conscientes de todo lo que pasa, por eso admiro mucho la de reportaje, porque son clases de historia. Pero yo quería hacer ideas abstractas en imagen y el fotomontaje da facilidad para poder plasmarlas. Con Antonio, que es el guionista de las fotos, hacemos series temáticas, creamos imágenes porque yo siempre digo que más que fotógrafa soy creadora de imágenes, que es lo que me ha gustado desde el principio, manipular la fotografía, y mire que ha sido un pecado mortal hasta hace poco.
– Siempre ha sido una rebelde.
Quizá está mal visto ser rebelde, por eso de «ésta se quiere hacer la diferente», pero siempre he dicho las cosas con las que no estoy de acuerdo y eso genera problemas, porque en cuanto te apartas de lo que se supone que es lo correcto, crujes, aunque me da igual, y a mi edad más, todo se relativiza y solo me importa la opinión de la gente que quiero.
– Su trabajo ha sido algo revolucionario.
Era muy complicado cuando empecé. La primera vez que tuve una serie de fotografías que se podían mostrar me cogí una carpeta y me fui a Arlés, en 1998, donde se hace el que es quizá el festival de fotografía más importante de Europa. Entonces no había muchas mujeres fotógrafas y me tuve que oír de todo, que no era fotografía, que era manipulación. Luego comencé a hacer cosas con ordenador y me pasó lo mismo, que es el ordenador quien hace la foto, que no es ningún mérito, cualquiera puede hacerlo… Pero el ordenador es solo un instrumento, tiene que haber una idea detrás.
– El concepto de fotografía ha cambiado mucho, como sus útiles.
Yo tengo más exposiciones fuera de España que aquí y no es porque no quiera, sino porque Arlés me abrió la puerta a Europa y Estados Unidos. Y a mi me extraña, porque el surrealismo aquí es importantísimo.
– La fotografía es complicada en España, como el concepto de arte, o del coleccionismo, y más ahora con los móviles.
Es cierto que tengo que agradecer a galeristas como la Spectrum de Zaragoza que hayan impulsado mi trabajo, pero no es muy general. Mi galería está en Francia, en Lyon y a partir de ahí es donde más trabajo. Los móviles ahora tienen unas cámaras muy buenas y hay mucha gente que tiene suficiente, no hace fotos artísticas, porque sólo necesita de sus acontecimientos familiares, paisajes o naturaleza. A los que somos profesionales de la fotografía nos es difícil competir con eso.
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