Viendo las cosas que pasan o, mejor dicho, las cosas que dejamos que otros provoquen, se me ocurren comentarios que a menudo comparto con amigos. Casi siempre coincidimos en el diagnóstico. Sorprende que opiniones tan extendidas tengan tan poco reflejo en el discurso dominante. El circuito político-mediático que alimenta la mayor parte de la información se ha impuesto por encima de evidencias, sentido común y empatía mínima.
Se incrementan injusticias, desigualdades, represiones y sistemas de vigilancia sin que apenas se escuchen voces críticas. Se multiplican los escenarios geopolíticos de riesgo, los deterioros ecológicos, los casos individuales desesperados, los comportamientos irresponsables de gobernantes y hasta las políticas suicidas. Y nada… O como si nada… La Humanidad nunca se había encontrado ante un futuro tan incierto y mostrado tanta pasividad.
Estamos, pues, en una situación paradójica. Somos conscientes de lo que ocurre, de las causas que lo provocan y de las consecuencias que acarrea, pero apenas protestamos. Porque nos lo prohíben o porque, más sutilmente, nos han quitado los altavoces desde donde hacerlo. Porque en el fondo de nosotros mismos una voz irresponsable nos dice que, en el último momento, algo o alguien vendrá a solucionarlo. Porque nos da miedo contrariar la poderosa maquinaria que nos arrastra. Aunque puede que no sea miedo sino, simplemente, pereza por el esfuerzo contestatario y la carga de infelicidad que comporta.
Es cierto que también hay respuestas dignas. El voluntariado, desde los más diversos sectores, intenta curar las heridas por las que se desangra el mundo. Y algunos medios de información, incluso algunos individuos, a riesgo de sufrir presiones, represalias y hasta agresiones, denuncian, desenmascaran, resisten. Sin llegar a tanto, me decido a poner aquí por escrito esas evidencias tan fáciles de compartir. Se trata, simplemente, de decir todo lo que sabemos y hemos decidido ignorar.
Antonio Altarriba
Comentarios recientes